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No insistir en lo que no funciona

Economía del 90 por ciento portada The Economist

Mañana se cumplirán justo tres meses desde el último artículo de este blog, ese que comentaba las primeras sensaciones al inicio del confinamiento y lo hacía al filo de una reflexión que se hizo popular en esas primeras semanas “éramos felices y no lo sabíamos”.

Hoy, al hilo de un artículo de David Jiménez en el New York Times: “Cómo derrotar al odio”, y sacando unos minutos en medio de jornadas de intenso trabajo, vuelvo a esta humilde página para recoger que, como algunos ya temían, estos tres meses no han sacado sólo algunas de las más bellas virtudes del ser humano como la solidaridad, el esfuerzo de muchos colectivos, la dignidad… sino que han exacerbado pasiones también universales de nuestra humanidad y bastante comunes en nuestro país. Basta darse una vuelta por los comentarios de los diarios digitales o por Twitter (y aun reconociendo –y esto es importante—que no es una muestra fidedigna del conjunto, allí suelen hacinarse aquellos que “más gritan”) para ver que están llenos de reproches, odio y política con minúsculas.

No hemos salido mejores, para empezar ni siquiera hemos salido aún. Ojalá me equivoque pero es bastante posible que estemos más en una especie de tregua que en un final y que lo que hemos vivido desde mayo no sea sino aquello que Churchill comentó en noviembre de 1942 «no el fin, ni siquiera el principio del fin, sólo el fin del principio«.

Hemos “salido” igual, probablemente, desde un punto de vista antropológico, con amor y odio, con altruismo y egoísmo, con aplausos e insultos, pero en una situación económica mucho peor, con mucha gente afectada física y psicológicamente por el confinamiento y sobre todo con muchos miles de personas menos y familias rotas. Aún es muy pronto, en medio de la tormenta para realizar reflexiones profundas sobre lo ocurrido y ni siquiera para analizar los hechos más allá del rápido estudio imprescindible y clave para poner los medios necesarios para que que la terrible situación de marzo en España no vuelva a repetirse (por desgracia en muchos otros países del mundo “aún están en su marzo”) pero sí hay una cuestión que me parece especialmente interesante reseñar desde el punto de vista socioeconómico y que probablemente tendrá que ser especialmente considerada cara al futuro, la fragilidad del sistema económico construido durante años.

 

                                                      Economía del 90 por ciento portada The Economist

 The Economist, revista a la que estoy suscrito aunque apenas tengo tiempo para leerla con la profundidad que merece, sacó en su numero de la primera semana de mayo una portada espectacular bajo el título de La Economía del 90%. El análisis que realizaba el semanario británico no podía ser más desolador, nuestra economía solo bajando el pistón, en este caso fundamentalmente de la demanda y el consumo, un 10% se cae como un castillo de naipes. Hemos creado una maquinaria extrañamente perfecta de producción y gasto que hace que en el momento en que la gente, aunque sea temporalmente, deja de gastar (fundamentalmente en el mundo occidental en cosas que no necesita) se “rompe”. Por supuesto no acierto siquiera a vislumbrar una posible solución pero sería muy desafortunado que no pusiéramos tras los meses o años de crisis que nos vienen encima algunos remedios para cambiar esto, no puede ser que una crisis de demanda en principio temporal (conforme se prolongue los efectos serán más devastadores) porque la gente esta recluida en sus hogares destruya economías de la abundancia. En época contemoranea, al menos, las alternativas a la economía de consumo a gran escala nunca han funcionado bien, de ahí que incluso un país como China sea ahora la principal fábrica del planeta con un modelo especial de economía intervenida pero plenamente de consumo, pero parece necesario repensar el modelo hacia algo más sostenible e inteligente.

En esta misma línea pero a nivel local, en Salamanca, hermosa ciudad en la que vivo desde hace ya muchos años, el problema económico es aún más grave por la enorme dependencia de la ciudad, la que tiene la universidad española más antigua en funcionamiento y una de las primeras de toda Europa, no lo olvidemos, del turismo y la hostelería. Pero la dificultad que se plantea no es ya solo que haya afectado especialmente por esto a la ciudad, de la que huyen miles de personas todos los años en busca de mejores oportunidades laborales ante la ausencia casi total de trabajos bien remunerados y de alta cualificación más allá de los ligados directamente a las universidades y al funcionariado propio de una capital de provincia, el problema es que viendo las primeras acciones de bastantes de los actores económicos y, especialmente, políticos, de Salamanca es que la única solución por la que se apuesta es seguir por la misma línea, es decir más hostelería y más turismo, eso sí con una etiqueta de “turismo seguro”. No aprendemos. Evidentemente habrá que ayudar en el corto plazo a los trabajadores y empresarios de estos sectores pero no se puede persistir en un modelo fallido por su dependencia casi total de un único modelo de actividad, además con un valor añadido relativamente bajo y mucho menos cuando a diferencia de otras capitales de provincia de la España vacía y vaciada, tienes una universidad con un potencial importante alrededor de la cuál crear industria biomédica, tecnológica, servicios de alto valor añadido en educación, sanidad, comunicaciones, ocio… que podrían convivir perfectamente con la hostelería y el turismo.

No salimos mejores, salimos iguales (con las heridas y cicatrices importantes ya mencionadas) y en el caso concreto de Salamanca esto es particularmente malo porque parece que sólo se apuesta por persistir en un modelo que lleva décadas trayendo despoblación y expulsando al mejor capital humano de la provincia.

No quería yo derivar esta reflexión en modo alguno en pesimismo pero de los primeros atisbos de conclusiones que se pueden quizá sacar en esta tregua es que necesitamos aprender mucho más de esta situación y apostar por cambios y no querer que la normalidad después de la nueva normalidad, cuando sea que se recupere, sea una normalidad que se ha demostrado que no funciona bien en circunstancias como una pandemia, algo que parece bastante posible que más antes que después, por lo que nos cuentan los expertos y por la experiencia de la Historia, se vuelva a producir.  

Quizá como humilde primera lección debiéramos plantearnos al menos, simplemente, no insistir en lo que no funciona.

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