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130 años de historia que desaparecen y 3 momentos/lecciones personales de un periódico emblemático

La semana pasada se presentó un ERE extintivo que ponía fin, muy probablemente de forma definitiva, a la historia de El Adelanto de Salamanca, periódico fundado en 1883 y uno de los diarios más antiguos de España aún en circulación.
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Podría comentar aquí, como ya han hecho otros, con más fundamento que yo, las razones que llevaron a este trágico y anunciado final pero no es la idea de este artículo criticar a nadie ni siquiera reivindicar la innegable pérdida de pluralidad e información que supone para los ciudadanos salmantinos la pérdida de El Adelanto que se produce tan sólo un par de años después del cierre en papel de Tribuna de Salamanca y deja sólo un diario en la ciudad. La idea de este artículo es rendir un pequeño homenaje personal a El Adelanto recordando que fue mi primera experiencia profesional y que me abrió los ojos para empezar a descubrir desde dentro el maravilloso pero también difícil y complejo mundo del periodismo.

Si tuviera que resumir brevemente, más de una década después, mi paso por El Adelanto en 2002 me gustaría quedarme con 3 momentos que significaron algo especial y que me enseñaron experiencias que me han acompañado por el resto de mi vida:

– Aún tengo claro el recuerdo de mi primer día oficial de comienzo de las prácticas (me había pasado un par de días antes por allí para conocer la redacción y empezar a familiarizarme con el sistema) La redactora jefe me mandó a las 7 de la mañana –hora a todas luces intempestiva para un periodista de prensa escrita, como después comprobaría– a cubrir la salida del Tren de la Esperanza rumbo a Lourdes y a intentar formularle unas preguntas al señor obispo, Braulio Rodríguez por aquel entonces.  La mañana fue interesante en la estación de ferrocarril pero desde el primer día me quedó muy claro que eso de los horarios de trabajo definidos y el periodismo (y más en la prensa) era algo bastante incompatible.

– Unos 15 días después, como debieron de ver que no se me daba del todo mal eso de escribir noticias (o más bien muchos días en verano, de rellenar como se podía el periódico) tuve la suerte de ir a cubrir la llegada de la ruta Quetzal a Salamanca, de entrevistar a Miguel de la Quadra Salcedo, pero sobre todo de tratar de hacerle una pregunta al presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera. Ese día aprendí, como un joven pardillo que era, que no se puede decir a una jefa de prensa  lo que le quieres preguntar a su jefe, y mucho menos cuando es algo mínimamente «comprometido», no sé si me hubiera atrevido a formular directamente en el corrillo de periodistas, muchos de los cuales me doblaban claramente la edad, la pregunta al presidente, pero de ser así el no hubiera tenido más remedio que contestar (aunque fuera con trucos de político) o de negarse a responder, de la otra manera el tema se quedó en el limbo, pero yo aprendí algo que, sin duda, necesitaba aprender.

– Podría referir otros muchos momentos de reportajes, de las cinco páginas diarias que al mes y medio estaba ya completando todos los días por la reducción de plantilla debido a vacaciones a mediados de agosto, pero me quedo con una de las cuestiones que me tocó cuando coordinaba (o intentaba hacer lo que podía) la página de sucesos en ausencia de su titular y de la suplente. Ocurrió un atraco a un banco en Salamanca que advertimos por el escáner, aún recuerdo la surrealista llamada que hice al director de la sucursal para intentar que me diera todos los detalles con la motivación, o el pretexto, de facilitar la ayuda ciudadana para aclarar el suceso… Esto me hizo reflexionar largamente sobre la ética del periodismo y la clásica cuestión del fin y los medios.

En fin, creo que podría estar horas escribiendo sobre aquella preciosa experiencia del verano de 2002, y no debí hacerlo especialmente mal porque me propusieron seguir e integrarme en la plantilla hasta en dos ocasiones pero decidí, creo que juiciosamente, dedicarme a terminar la carrera y buscar nuevos enfoques profesionales, porque en El Adelanto aprendí que sentía un indudable amor al periodismo y a la labor del periodista pero también pude comprobar tras jornadas eternas de cerca de 12 horas diarias, de turnos con más de 15 días sin descanso, de cerrar la sección de sucesos más allá de las 12 de la noche en varias ocasiones, de tener que redactar noticias sobre cuestiones sobre las que no tenía aún la información necesaria y con mucha más prisa de lo que la calidad requeriría, el atropello constante de la realidad sobre la reflexión, el pensar más en los colegas y en la competencia que en los lectores… qué no quería dedicarme a ello toda la vida por mucho que me gustase y valorase lo increíble que tiene esta profesión.

Todo eso y mucho más aprendí en la redacción de un periódico, rodeado de excelentes profesionales y compañeros que me enseñaron buena parte de lo que sabían y que me dieron la oportunidad de hacer muchas cosas diferentes e interesantes. Todo eso se pierde ya. Salamanca se queda sin un periódico centenario y en mi caso, aunque los recuerdos pervivan sin un trocito especial de mi juventud.

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