Cuando uno junta a dos de los mejores escritores actuales, el sudafricano J.M. Coetzee –Nobel de Literatura en 2003– y el norteamericano, Paul Auster –Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006– en un proyecto editorial el punto de partida es francamente prometedor y, al menos desde mi punto de vista, el resultado es un auténtico regalo para los lectores.
Debo decir que me acerqué a esta conversación epistolar –un género casi desconocido para mi y hoy en día prácticamente inexistente– entre estos dos grandes narradores desde puntos de vista muy diferentes, pues si bien he ido leyendo, desde hace muchos años, prácticamente toda la obra de Paul Auster publicada en castellano las novelas de Coetzee son desconocidas para mi –prometo rápido propósito de enmienda al respecto– , y lo cierto es que el intercambio de ideas sobre todo tipo de temas, –no especialmente metafísicos, ni elevados (no es este ni mucho menos un libro difícil ni para expertos en literatura) — desde los deportes, a la crisis internacional, pasando, obviamente, por la creación literaria los viajes o el cine, es francamente fascinante.
En definitiva, un libro muy recomendable del que os voy a dejar algún pasaje a modo de simple aperitivo de esta amena y chispeante correspondencia que invita a pensar y a observar nuevos y profundos modos de percibir el mundo:
«Un comentario que hace Christopher Tietjens en «El final del desfile» de Ford Madox Ford: uno se acuesta con una mujer para estar en condiciones de hablar con ella. En otras palabras, hacer de una mujer tu amante no es más que un primer paso; el segundo, hacer de ella tu amiga, es el que importa; sin embargo, en la práctica hacerse amigo de una mujer con la que no te has acostado es imposible porque quedan en el aire demasiadas cosas sin decir.»
«Siendo esquemáticos, podemos pensar que la vida del artista está dividida en dos o quizá tres fases. En la primera encuentras, o te planteas a ti mismo, una gran pregunta. En la segunda te esfuerzas por contestarla. Y luego, si vives lo bastante, llegas a la tercera fase, en la que esa gran pregunta te empieza a aburrir y necesitas buscar otras cosas.»
y la frase final del libro que Coetzee envía a Auster:
«El mundo sigue enviándonos sorpresas. Y nosotros seguimos aprendiendo»